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Sin consenso y sin hegemonía

Publicado: 2014-10-08


Sigmund Freud puso como fundamento a la base de su monumental psicoanálisis una tésis tan radical como sencilla: al hacer consciente lo inconsciente, se produce la cura. León Trotsky reflexionó en sus escritos que llegar a darse cuenta del problema era ya la mitad de la solución. Es sabido que los anteojos intelectuales, que todos los humanos llevamos sí o sí, sin excepción, son una necesidad imprescindible para relacionarnos con la realidad pero pueden llegar también a ser límites y hasta vendas que nos impiden literalmente ver la realidad o comprenderla.

Es el caso por estos días de buena parte de las izquierdas peruanas, que tras un proceso electoral en que se generaron fragmentaciones y recriminaciones múltiples, sufrió una dura derrota electoral frente a la derecha en Lima, perdiendo por enorme margen la alcaldía de la capital. Aunque puede ser consolador enfatizar resultados electorales aún peores en procesos electorales de años pasados, no resulta posible obviar el hecho que se ocupó y perdió nada menos que el gobierno municipal de la capital como si fuera una anécdota apenas significativa.

El dolor y la frustración han alimentado numerosos análisis marcados por el resentimiento, acusaciones de culpabilidad y celebraciones de la derrota del otro como si fuera un triunfo propio, apenas contenidos. Pero incluso, los escasos balances más serenos muestran una sorprendente falta de consciencia de lo que ha pasado apenas hace unos años, cuando el entonces candidato Ollanta logró formar una coalición política y social heterogénea y contradictoria pero con un claro objetivo común: el descontento con el modelo político y económico hegemónico y la necesidad de cambiarlo (aunque, por supuesto, este cambio se presumía de muy diferentes ritmos y formas), y romper con esa coalición la feroz oposición de los dueños del Perú, alcanzando el gobierno.

La traición, rápida y en toda la línea, del Humala presidente a ese objetivo común de cambio parece haber generado un trauma amnésico en buena parte de las fuerzas progresistas que lo sostuvieron y hoy se leen y escuchan debates en que esta fundamental experiencia vivida pareciera no haber ocurrido.

Sin adscribir por entero la tésis terapéutica de Freud, tal vez pueda resultar útil nombrar algunas de las cuestiones fundamentales vividas y demostradas en ese proceso:

1. La idea de un cambio político y económico es tan difícil y cuenta con tan poderosa oposición, que sólo una enorme coalición social y política puede lograrlo. Hace falta decirlo más claro todavía: mientras más radical el cambio que se pregona, más grande debe ser esa coalición (y no al revés).

2. Eso significa necesariamente que deben haber acuerdos entre diferentes, y sí, implica necesariamente, inevitablemente, ambigüedades, contradicciones, espacios de cesión, rebajas del programa, de los métodos, etc., etc. ¿Qué esto abre el riesgo de la traición y la entrega al continuismo? Por supuesto. Pero sin ese riesgo no hay siquiera ninguna posibilidad de avanzar cambios. Más vale madurar y asumirlo: No existe nada parecido a una garantía en política, hay que calcular el riesgo y vivir la disputa sabiendo que se puede perder, pero también ganar. En política para los cambios, no hay mérito ni resulta útil jactarse de que no se han sufrido fracasos y decepciones porque no se ha intentado, algo así como poner al revés la consigna popular y presumir que “ya ven, sin luchas no hay derrotas”.

3. Esta coalición social y política (la realmente existente, no imaginaria) de hecho combina -y no opone- batallas electorales, de gestión local y parlamentaria, con batallas de protesta y movilización social, provocadas por la tozudez excluyente del modelo. En saber entender y utilizar esto conscientemente, sin dramas ni enredos teóricos, radica buena parte de lo fundamental de las posibilidades políticas progresistas en el Perú actual.

4. Más allá de los discursos políticamente correctos sobre la “unidad” -que en la práctica equivalen, para usar una metáfora, a hablar del reino de los cielos-, esta coalición se forma por dos componentes materiales, independientes de los deseos y voluntad de la gente: consenso y hegemonía. El consenso es la comunión sincera, real, compartida de hecho, de métodos, prácticas, confianzas, programa, identidad, etc. La hegemonía es la mayor capacidad de imponer el propio criterio a los diferentes, principalmente por apoyo electoral, manejo de recursos (inscripción electoral, dinero, etc.), movilización social o cualquier otra forma de la capacidad.

5. A menor consenso, mayor necesidad de hegemonía, es decir, de un actor que de hecho pone orden a su criterio a los diferentes, dada su mayor capacidad material en cualquiera de esas formas. Cuando la hegemonía se muestra evidentemente eficaz para el avance del conjunto hacia un proceso de cambios, se trata de un liderazgo.

Desde estas realidades recién vividas y aprendidas de la práctica real, el escenario actual de las fuerzas progresistas en el Perú es de hecho de un muy débil y fragmentado consenso y de ausencia de hegemonía, más allá de importantes pero insuficientes limites locales o regionales. Y emborronar miles de páginas no cambiará esta realidad.

Tener consciencia de ello es ya un avance.

Trabajar para lograr acuerdos políticos (razonables, limitados, realistas) entre los diferentes para lograr avances (aunque sean modestos) de conjunto es imprescindible. Pero sólo resulta útil a condición de que el entusiasmo no se termine transformando en frustración que alimenta rupturas y resentimientos. Saber impulsar el propio programa y métodos, sin arrogancia y sin deteriorar canales de comunicación con otros programas y métodos cercanos aunque diferentes a los propios, es un gran aporte y puede hacer toda la diferencia.

Tarde o temprano, todas las alternativas de cambio van a medirse electoralmente. Dado que la necesidad de cambios del modelo es estructural, es decir, seguirá siendo exigida por la propia realidad material, es muy probable que sobre la base de esa medición electoral de todos se irá despejando la hegemonía (y ojalá el liderazgo) necesaria. ¿Por qué no facilitar condiciones para ello?


Escrito por

Ricardo Jimenez A

Sociólogo chileno.


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