Hace unos días, a propósito de la fecha aniversario del triunfo electoral de Ollanta Humala en 2011, algunos compañeros como Julio Arbizu ponían en Facebook la imagen de un manifestante llorando de emoción por el hecho.

Cabe preguntarse, ¿y cuál sería la fotografía –si pudiéramos tenerla- en la CONFIEP o en las casas de los dueños del Perú en esos mismos momentos?

¿No es razonable pensar que también lloraban o estaban cerca, aunque por razones exactamente contrarias a las de aquel manifestante?

Como sea, la respuesta a esa pregunta podría hacer recordar exactamente dónde estaban las fuerzas progresistas tradicionales y el debate crítico al orden neoliberal, antes de la emergencia de la candidatura de Humala.

Permitiría también entender por qué los dueños del Perú demuelen tan cruel e inmisericordemente a este gobierno, qué es eso tan grave que no le perdonan, a pesar de que, a punta de contratos vergonzosos, paquetazos anti nacionales y estados de emergencia, se ha entregado a sus intereses más que ningún otro en las últimas cuatro décadas.

Sacar la conclusión equivocada de que la traición humalista es prueba de que la marginalidad y la impotencia electoral (donde estaban las fuerzas progresistas antes de Humala y donde podrían volver) son alguna clase de “garantía” política, sería no sólo un error, sino el último servicio que los traidores podrían hacerle a los dueños del Perú.