Quienes tuvieron el privilegio de conocer personalmente al maestro Manuel Acosta Ojeda saben que, antes incluso que el genio musical y el militante insobornable de todas las causas justas, era un gran ser humano, con una ética cotidiana simplemente auténtica, sólida.

Uno de los rasgos de esa conducta cautivadora era su manera sencilla, natural, de ser firme en su radicalidad política, sin caer nunca en la tentación de auto adularse, de tomar aires de superioridad o asumir poses de juez de los demás; era naturalmente ajeno a esas pequeñeces, no le nacían, no le eran concebibles siquiera, esa era la dimensión de su tranquila grandeza.

Una de las muchas historias biográficas que expresan y simbolizan hasta dónde llegaba esa radicalidad política, tan inclaudicable como serena y sin aspavientos, es la que protagonizó hace más de cincuenta años en defensa de la revolución cubana y que relata así en sus propias palabras, tomadas del valioso archivo personal del maestro que conserva su hija, colega y cómplice, Celeste Acosta Román, actual Directora del Instituto Cultural que lleva su nombre:

“En 1960, una gran cantidad de artistas y músicos fundamos la Sociedad de Autores y Compositores del Perú S.A.Y.C.O.P.E… No teníamos ni local, nos reuníamos en auditorios que alguna radioemisora nos facilitaba, pero en una ocasión, llegamos a votar formalmente la declaración de persona no grata del presidente de la república, Manuel Prado, por romper relaciones diplomáticas con Cuba. Solo 3 votamos a favor, Pedro Durand Quevedo, quien hizo la propuesta, Juan Maldonado y yo, 140 votaron en contra”.